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Razones y desazones del derrumbe bursátil



Información IEF

15 de abril, La Vanguardia. Artículo de Josep Soler, director general de IEF

Hemos vivido en las últimas semanas las jornadas bursátiles con mayores alzas y bajas en décadas. Esta volatilidad desmedida se ha decantado con claridad hacia los retrocesos hasta alcanzar en algunos momentos pérdidas de capitalización de más de un tercio en relación con inicios de febrero, cuando pensábamos todavía que la dimensión de esta crisis no iba a tener la enorme magnitud a la que ahora ya sabemos que nos enfrentamos en los próximos meses, quizás años.

La bolsa es un predictor económico muy deficiente. Aparenta moverse según las expectativas sobre el devenir económico y, en particular, sobre los futuros resultados empresariales. Si en condiciones normales estas expectativas ya están muy alteradas por las alternativas inversoras en otros activos, por los sentimientos subjetivos o sesgos dominantes, o por temores a que determinados acontecimientos rompan la estabilidad; en estos momentos, ante el desconocimiento de la profundidad final tanto de la pandemia del Covid-19 como de su derivada económica, la bolsa no puede sino sobrerreaccionar y establecer una trayectoria de disparatada volatilidad. Hemos visto grandes empresas que perdían en dos semanas dos terceras partes de su precio bursátil y en una misma semana, alzas del 15%y descensos del 20% en días consecutivos. ¿Reflejan estos movimientos algo que tenga remotamente relación con el valor de la compañía? Por supuesto que no, sea el que sea este valor.

En los momentos más álgidos de la hecatombe bursátil y si tuviéramos que atribuir las diversas responsabilidades del desplome, cabría apuntar que la caída de precios del 30 al 40% se puede achacar a cuatro motivos, quizás con pesos relativos distintos pero relevantes. En primer lugar, al parón económico y a la subsiguiente caída de resultados de las empresas cotizadas, que ahora ya percibimos con claridad. Sería la traslación a la bolsa de la reducción del PIB en un 10% que ahora muy tentativamente estima el mercado. En segundo lugar, a esta bajada efectiva y atribuible a la crisis, se le añaden los ajustes selectivos por cierta sobrevaloración previa generada por la abundancia de estupefacientes monetarios bajo los que vivíamos (y seguiremos viviendo) y por los derivados del simultaneo colapso del petróleo ante la confrontación Rusia/OPEP. Aquellas empresas más endeudadas y dopadas, y las petrolíferas, han impulsado un mayor desplome de los índices. El tercer “culpable” sería el pánico y la histeria que se magnifican en crisis y en recesiones, como las burbujas sobreoptimistas acentúan las alzas en los momentos de expansión. Haber resistido al miedo es lo primero que se premiará cuando se desvanezca la incertidumbre ahora dominante.

Por fin, y especialmente relevante en esta crisis no solo económica sino ante todo sanitaria, pesa la desconfianza en las administraciones, en los organismos supranacionales, en las autoridades monetarias y, quizás ahora más que nunca, en el entramado institucional y en los valores sociales; en definitiva, las dudas sobre nuestro modo de vida.

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